Había en la ciudad de El Cairo, (El Cairo, como sabéis es una ciudad
situada al norte de África, en un país llamado Egipto famoso por
sus pirámides que se construyeron en la época de los faraones, hace unos dos o tres mil
años).
En la ciudad de El Cairo
vivía un barbero…¿Sabéis qué es un barbero? Antes, en El Cairo y también aquí, los hombres
no se afeitaban en casa como hacen ahora. No se afeitaban cada día sino que, de
vez en cuando, de tanto en tanto, cada ciertos
días o los días de fiesta, iban a casa del barbero a
afeitarse. El barbero les enjabonaba bien enjabonada toda la cara con la
brocha.
El jabón debía estar mucho
rato en la cara para ablandar los pelos de las barbas y que después se pudieran cortar
bien con la navaja.
La navaja es una
herramienta muy difícil de utilizar.
A la que te despistas un
poco puedes hacer un corte en la cara y si no sabes
puedes dejarle a cualquiera
la cara como la de un pirata.
El barbero de El Cairo era
un poco taimado…¿Sabéis lo que quiere decir taimado? Una persona muy espabilada
que siempre consigue lo que quiere.
El barbero de El Cairo un
día vio pasar por delante de su barbería a un leñador…¿Y qué es un leñador? Era
una persona que vivía en el bosque y se dedicaba a hacer leña para llevarla a
vender a la ciudad, donde no había árboles qué cortar y la gente no tenía nada
para hacer fuego para cocinar y
calentarse.
Cuando el leñador pasaba
por delante de la barbería con el burro que llevaba los picachos con la carga de leña… Los picachos son unas piezas
de madera o de hierro. Se ponen encima de la silla de burro o de otro animal de
carga y que sirven para poder cargar la
leña.
- Eh, leñador, ¿La madera
que llevas encima del burro es para vender?
- ¡Claro que es para
vender! ¿Qué pensabas que era para comerla? Contestó el leñador que también era bastante
taimado.
- Si quieres podemos hacer trato. Estoy a
punto de acabar la leña y con el frío que hace por las noches nos podemos
congelar.
Aunque El Cairo esté en el
desierto y los desiertos nos los imaginemos siempre con mucho calor, en
invierno las noches del desierto son muy frías.
- Por dos monedas te
compraría toda la madera que llevas encima del burro - propuso el barbero
- Dos monedas, si como
mínimo vale diez monedas toda esta madera –respondió
el leñador.
Entonces comenzó el
regateo…
- ¡Diez monedas! ¡Dónde se
ha visto! ¡Te doy tres y ya es mucho!
- ¡Tres! ¡Sólo tres! Por ocho monedas todavía te la vendería
pero por tres!
- Bien, te doy cuatro
monedas y harás un buen negocio.
- Seis, seis monedas y no
se hable más.
- Ni cuatro ni seis, ni tú
ni yo, dejémoslo en cinco. –propuso
el barbero. - Acepto el trato. –Dijo el leñador pensando que con cinco monedas podría comprar todas
aquellas cosas que necesitaba de la ciudad para su familia. – Ahora
mismo te descargo toda la madera.
Cuando ya había descargado
toda la leña y la había metido en la trastienda dijo al barbero:
- Ahora págame el dinero
convenido.
El barbero le contestó:
- No me has dado toda la
madera. Todavía quedan los picachos que
también forman parte de la madera que hay sobre el burro y que por lo tanto
entraba en el precio.
El leñador se quedó
boquiabierto pero reaccionó rápidamente y protestó indignado:
- Jamás se ha visto que en
la compra de una carga de madera entre también el aparejo.
- No hay nada que no se
haya visto nunca- le dijo el barbero.-
El caso es que hemos hecho un trato y tú me has dado tu
palabra. Si no me das los picachos
me quedo con la leña y no te doy el dinero.
El leñador no tuvo más
remedio que ceder, pero, acto seguido, se fue a explicarle el caso al juez de
la ciudad.
- Señor juez, el barbero me
ha liado bien. Me ha querido comprar toda la madera que llevaba el burro encima
y después se ha quedado con toda la leña y con los picachos también.
El juez le escuchó
atentamente y le contestó:
- No te puedo dar la razón,
un trato es un trato y se ha de respetar. La próxima vez has de vigilar más lo
que te dicen antes de cerrar un trato. Pero de todas maneras te haré una
sugerencia de lo que puedes hacer en este caso.
Al día siguiente, el
leñador entró en la barbería y le preguntó al barbero:
- ¿Cuánto me harás pagar
por afeitarme a mí y a mi compañero?
El barbero respondió:
- Como a todo el mundo, una
moneda y media por cada uno, que hacen un total de tres monedas por los dos.
- Muy bien – dijo el leñador- creo que es un precio muy
razonable.
El leñador se sentó y el
barbero le afeitó. Cuando ya estaba bien rasurado, el leñador dijo:
- Un momento, que ahora
vengo con mi compañero.
Y enseguida se presentó con
el burro y le dijo al barbero:
- Este es mi compañero y ya
puedes comenzar a afeitarlo, tal como hemos pactado y acordado.
El barbero, naturalmente,
protestó indignado:
- ¿Dónde se ha visto nunca
que se haya de afeitar un asno?
Pero el leñador le replicó:
- Hemos hecho un trato y el
asno es mi compañero y se tiene que afeitar.
Como no se ponían de
acuerdo, hicieron venir al juez de la ciudad, el cual, está claro, le dio la
razón al leñador.
Y el barbero, en medio de
la jarana y las carcajadas de todo el mundo,
no tuvo más remedio que afeitar al burro del
leñador y como los burros
son grandes y tienen mucha
piel, la cosa le llevó un montón de horas de trabajo y vete a saber si ya ha acabado o todavía
estará afeitándolo mientras contamos aquí esta historia.
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