domingo, 22 de enero de 2012

El barbero y el leñador


Había en la ciudad de El Cairo, (El Cairo, como sabéis es una ciudad situada al norte de África, en un país llamado Egipto famoso por sus pirámides que se construyeron en la época de los  faraones, hace unos dos o tres mil años).


En la ciudad de El Cairo vivía un barbero…¿Sabéis qué es un barbero? Antes, en El Cairo y también aquí, los hombres no se afeitaban en casa como hacen ahora. No se afeitaban cada día sino que, de vez en cuando, de tanto en tanto, cada ciertos  días o los días de fiesta, iban a casa del barbero a afeitarse. El barbero les enjabonaba bien enjabonada toda la cara con la brocha.

El jabón debía estar mucho rato en la cara para ablandar los pelos de las barbas y que después se pudieran cortar bien con la navaja.
La navaja es una herramienta muy difícil de utilizar.
A la que te despistas un poco puedes hacer un corte en la cara y si no sabes
puedes dejarle a cualquiera la cara como la de un pirata.
El barbero de El Cairo era un poco taimado…¿Sabéis lo que quiere decir taimado? Una persona muy espabilada que siempre consigue lo que quiere.

El barbero de El Cairo un día vio pasar por delante de su barbería a un leñador…¿Y qué es un leñador? Era una persona que vivía en el bosque y se dedicaba a hacer leña para llevarla a vender a la ciudad, donde no había árboles qué cortar y la gente no tenía nada para hacer    fuego para cocinar y calentarse.
Cuando el leñador pasaba por delante de la barbería con el burro que llevaba los picachos con la  carga de leña… Los picachos son unas piezas de madera o de hierro. Se ponen encima de la silla de burro o de otro animal de carga y que sirven para poder cargar  la leña.

 Bueno, cuando el leñador pasaba por delante de la barbería con el asno cargado de leña, le llamó el barbero.
- Eh, leñador, ¿La madera que llevas encima del burro es para vender?
- ¡Claro que es para vender! ¿Qué pensabas que era para comerla? Contestó el leñador que también era bastante taimado.
 - Si quieres podemos hacer trato. Estoy a punto de acabar la leña y con el frío que hace por las noches nos podemos congelar.
Aunque El Cairo esté en el desierto y los desiertos nos los imaginemos siempre con mucho calor, en invierno las noches del desierto son muy frías.
 - Si nos ponemos de acuerdo con el precio, sí que podríamos hacer trato. -dijo  el leñador.
- Por dos monedas te compraría toda la madera que llevas encima del burro - propuso el barbero
- Dos monedas, si como mínimo vale diez monedas toda esta madera  –respondió el leñador.
Entonces comenzó el regateo…
- ¡Diez monedas! ¡Dónde se ha visto! ¡Te doy tres y ya es mucho!
- ¡Tres! ¡Sólo  tres! Por ocho monedas todavía te la vendería pero por tres!
- Bien, te doy cuatro monedas y harás un buen negocio.
- Seis, seis monedas y no se hable  más.
- Ni cuatro ni seis, ni tú ni yo, dejémoslo en cinco. –propuso el barbero.- Acepto el trato. –Dijo el leñador pensando que con cinco monedas podría comprar todas aquellas cosas que necesitaba de la ciudad para su familia. – Ahora mismo te descargo toda la madera.


Cuando ya había descargado toda la leña y la había metido en la trastienda dijo al barbero:
- Ahora págame el dinero convenido.
 Pero recordad que el barbero era un poco taimado. ¿Qué hemos dicho que quería decir taimado? Está claro: una persona que quiere salirse siempre con la suya y lo consigue...
El barbero le contestó:
- No me has dado toda la madera. Todavía quedan los picachos  que también forman parte de la madera que hay sobre el burro y que por lo tanto entraba en el precio.
El leñador se quedó boquiabierto pero reaccionó rápidamente y protestó indignado:
- Jamás se ha visto que en la compra de una carga de madera entre también el aparejo.
- No hay nada que no se haya visto nunca- le dijo el barbero.- El caso es que hemos hecho un trato y tú me has dado tu palabra. Si no me das los picachos me quedo con la leña y no te doy el dinero.


El leñador no tuvo más remedio que ceder, pero, acto seguido, se fue a explicarle el caso al juez de la ciudad.
- Señor juez, el barbero me ha liado bien. Me ha querido comprar toda la madera que llevaba el burro encima y después se ha quedado con toda la leña y con los picachos también.
El juez le escuchó atentamente y le contestó:
- No te puedo dar la razón, un trato es un trato y se ha de respetar. La próxima vez has de vigilar más lo que te dicen antes de cerrar un trato. Pero de todas maneras te haré una sugerencia de lo que puedes hacer en este caso.
Al día siguiente, el leñador entró en la barbería y le preguntó al barbero:
- ¿Cuánto me harás pagar por afeitarme a mí y a mi compañero?
El barbero respondió:
- Como a todo el mundo, una moneda y media por cada uno, que hacen un total de tres monedas por los dos.
- Muy bien – dijo el leñador- creo que es un precio muy razonable.
El leñador se sentó y el barbero le afeitó. Cuando ya estaba bien rasurado, el leñador dijo:
- Un momento, que ahora vengo con mi compañero.
Y enseguida se presentó con el burro y le dijo al barbero:
- Este es mi compañero y ya puedes comenzar a afeitarlo, tal como hemos pactado y acordado.
El barbero, naturalmente, protestó indignado:
- ¿Dónde se ha visto nunca que se haya de afeitar un asno?
Pero el leñador le replicó:
- Hemos hecho un trato y el asno es mi compañero y se tiene que afeitar. 
Como no se ponían de acuerdo, hicieron venir al juez de la ciudad, el cual, está claro, le dio la razón al leñador.
Y el barbero, en medio de la jarana y las carcajadas de todo el mundo,
 no tuvo más remedio que afeitar al burro del leñador y como los burros 
son grandes y tienen mucha piel, la cosa le llevó un montón de horas de trabajo y vete a saber si ya ha acabado o todavía estará afeitándolo mientras contamos aquí esta historia. 

                                                              FIN


                                             









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